Cumplida la tácita sentencia de los años, escalo la dudosa cumbre de cada día, resucitando pasados, inmolando promesas, rescatando del tedio la maravilla, el sonido del agua, la llama en la vela.
En las tardes me pesa un poco la amargura. Pienso en los pasos del destierro que mis mayores siguieron con un manojo de amargas despedidas, en las vicisitudes de una solitaria vejes, en lo que nunca sabré, en las horas tristemente repetidas.
El inservible ejercicio de la lealtad no me ha librado de la traición. Avaricia y mezquindad, las dos caras de esa moneda tantas veces recibida.
La noche que se eterniza en el insomnio recrea vastas agonías y exiguas redenciones. ¿De dónde viene este desvelo que se remonta sobre la cosmogonía de la culpa?
Cierro los ojos y contemplo el vacío, describo sus límites.
En vano trato de aturdir remordimientos contando pasos, ecos, ladridos.
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