Allí esta el puñal frío y hermoso Numen de la tragedia.
En su inmortal empresa participan todas las causas: el odio, la venganza, el amor y el desamor, el ritual y el hastío.
Contemplo la simpleza de su afilada realidad con cierta maravilla en la que se conjugan el desprecio y el horror.
Pienso en la cantidad de veces en las que nos hemos encontrado.
Lo he visto en las manos de Narciso atormentado por su reflejo.
En Macbeth, en la primera escena del segundo acto, Shakespeare
Lo hace sublime en una visión tan real al tacto como a la vista. Duncan
Duerme, la hoja asecha.
En el canto XIX de la Ilíada Homero lo convierte en un instrumento de sacrificio en las manos de Agamenón.
Marco Junio Bruto lo entierra en la carne de Julio Cesar.
En jueces el séptimo libro de la Biblia, el benjamita Aod desgarra con él
El obeso vientre de Eglón, Rey de los Maobitas, según el relato el monarca cae abatido y de la brutal herida manan sus heces fecales.
En la casa de los muertos de Fedor Dostoyevsky, el reo Luka Kuzmich siega con él la vida de un mayor ebrio que proclama ser Dios y el Zar.
Lo he visto en cortes y arrabales; ha sido el relámpago de un Dios caldeo, despellejando hombres y leones.
Ha entrado tantas veces en la carne como el sol en el ocaso.
Allí está el puñal. Lo empuño y mi mano, acostumbrada a descifrar mundos en un lienzo ya la cobardía, de repente se torna osada, esta más viva.
Se sabe peligrosa.
Me pesa un poco su sangrienta historia.
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