domingo, 16 de agosto de 2009

El Mar

Un hombre recoge en una playa un inhabitado caracol.
De una manera casi involuntaria cierra los ojos y se lo lleva al oído, como si obedeciera al incuestionable mandato de una lejana voz ultramarina, o simplemente diera cumplimiento a un ancestral ritual urdido por incontables generaciones.
El hombre escucha: Es el mar, el mismo que impulso desde Noruega la ambiciosa espada de Erick el Rojo hasta las boreales costas de Islandia, y en un poema de Borges roe inmutable como un antiguo ser los pilares de la tierra.
Ese mar, guarida del Kraken que el judío llamo Leviatán, espejo del universo que no podemos ver con los ojos de la carne y que curiosamente nos cabe en una mano.
Es difícil no sentirse disminuido frente a él, reducido, achicado como la sombra de una vela bajo su propia llama.
Pero también es cierto que en su presencia algo de infinito y eternidad se revela en nosotros que no estamos hechos para esos absolutos y que sin embargo los buscamos.
Soñando dioses, pirámides, fuegos sagrados, esotéricos paraísos.
Tal vez suene pretencioso el hablar por todos; lo mejor sería callar y no tratar de explicar esa líquida interiorización o remitirme a mi propia experiencia.
Decir, por ejemplo, que frente a él he sido naufragio, ave migratoria, cadalso y arquetipo, huella y cangrejo.
Nadie puede librarse de ese antiguo asombro. Mañana regresare a la rutina de calles que se cruzan histéricas y ciegas, fatigaré los grises y numerados corredores, volveré a la marea humana de una ciudad que está lejos del Mar.
Volveré con algo de ola, con algo de gaviota asechando costas.

1 comentario:

  1. mi hermano, entre estrellas es muy buena! las demás son igualmente hermosas. ahora sí le compro el libro mi negro! ojo con los haikú, hay unos detallitos de digitación. un abrazo.

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