La silenciosa compañía de mi soledad me habla sin palabras. No hay retórica, solo mutismo; y sin embargo, todo es claro y sublime cuando ella lo nombra con su transparente idioma sin sonidos.
No está en el ejercicio de la razón contar los latidos que aceleró el fugaz amor, ni los granos de arena que en el crisol se funden para formar cristales. No es de sangre la memoria, es de roca y en ella el recuerdo esculpe epigramas.
Sé que la voz del mundo nace en un campanario que ha caído en las manos de un loco.
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