domingo, 16 de agosto de 2009

LXVIII

La desarrapada doctrina del odio me ha acercado más a la comprensión de esa idea abstracta con la que los hombres han interpretado el castigo divino y que los diversos pueblos del mundo han cifrado en el imaginario de los hombres en múltiples contextos: el infierno.
Mi infierno carece del esplendor del fuego en el que las almas son atormentadas. No es circular como el que le fue revelado a Dante por Virgilio; sus formas, aunque imprecisas, no están desligadas como las que soñaron los romanos dividiéndolo en siete partes, o el Naraka de los hinduistas y sus veintiocho regiones. El mío es un infierno deshabitado, desprovisto de las serpientes que en el ifurin de los celtas atormentan a los condenados.
Es un lugar también sin esperanza, pero sus tormentos, aunque más sutiles, no son menos atroces.
Implacable, no existe un solo instante en el que no lo habite. Hecho de ausencias y rencores, en él la ególatra vanidad como un feroz Cerbero me ha privado a dentelladas de la humildad, “ esa redención que descubrieron los profetas en el desierto”.
Ya es muy tarde para recapitular sobre lo hecho y omitido, para deshacer los pasos que le dieron forma, para librarme del rencor con un perdón capaz de anular el dolor.
Estas reflexiones me vienen mientras contemplo la puerta infernal de Auguste Rodin en la Kunsthaus de Zürich. Sobre el dintel el pensador parece mirarme, parece invitarme a cruzar la puerta. Me pregunto cuantas mas he de cruzar para saldar mis deudas.

2 comentarios:

  1. Don Quinny, com odicen los Argentinos sos un grosso, que obras tan bacanas ....

    ResponderEliminar
  2. MAJESTUOSA PRESENTACIÓN DEL CORO HIPOPOTAMEZCO..

    ResponderEliminar