domingo, 16 de agosto de 2009

LXIX

El acto de dar por terminada una pintura es irreal, no es más que una ficción que me permite desligarme simbólicamente de la imagen. Realmente cada pieza engendrada es una criatura inconclusa vaga que la poderosa mano del tiempo seguirá modelando con cada mirada que la interprete.
Esta tarde he vuelto al simulacro de ese ritual. La inconclusa obra seguirá su camino poblando espacios que nunca veré. No menos vana que esa imagen en la que mi tácita presencia también se dilatara en remotos mañanas, son las formas que se resisten a ser pintadas y que terca e inútilmente sigo tramando sobre las telas.
¿Cómo pintar el semblante de mi pena o los rasgos de la melancolía?
La imagen a veces sólo se revela en la literatura y no vale más que mil palabras; ambas canteras son inagotables. El mar entero cave en tres letras y aun así la imagen que me devuelve el espejo me es inenarrable.

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