Un recuerdo que deriva su forma con cada sutil zarpazo de la nostalgia me ha traído de nuevo el olor a tomillo y cilantro en la huerta de mi abuelo. Un antiguo recuerdo de canarios encerrados, de aguaceros perdiéndose en esotéricas distancias, de la tarde en la que conocí a la muerte contemplando los restos de un perro que se descomponían al sol. Curiosamente ese sol aún brilla y sólo ilumina determinado día del pasado en el que las aves pueblan los árboles de un bosque que ya no existe, mi primer encuentro con el mar, el último día de mi infancia.
No soy más que las vagas formas que persisten en la memoria con un puñado de recuerdos. Aún así sé que en determinada región del porvenir alguien lee estas letras y contempla mis pinturas. En ese distante acto el irrevocable caudal de lo que fui se perderá ligero como un rió que se pierde en otro. Brevemente serán de ese alguien que desconozco las histéricas nostalgias de mis letras y los trazos en la tela.
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