domingo, 16 de agosto de 2009

XXXI

 
Sentado en la banca de lo cotidiano miro con esa otra forma de la esclavitud, “la resignación”, cómo se envilecen los días con el predecible ritual de lo habitual, cómo se tiñen con el grisáceo color de la costumbre, cómo el hastió le quita su inestimable valor a las pequeñas y elementales cosas, esas que hacen de la vida algo coherente y no le permiten convertirse en un absurdo simulacro de maniobras que se ejecutan maquinalmente.
Me doy cuenta que otorgamos con displicencia un mezquino perdón, que con ensayada gentileza seguimos un gastado libreto que nos absuelve del dialogo, que el beso y el abrazo con el tiempo no pasan de ser mas que un rutinario y desabrido gesto, que al final sólo quedan intactas las grandes tragedias y desgracias como las de Edipo y Yocasta.

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