Quinny: Plumas de la llanura. 2010.

jueves, 24 de febrero de 2011

Plumas de la llanura. 2010.

Oleo sobre papel, 25 cm x 35 cm.

El avestruz es el ave más grande del mundo, y aunque no puede volar, alcanza velocidades hasta de 70 km /hora. Cada una de sus zancadas, puede cubrir hasta 6 metros.

Su carne y sus plumas son muy codiciadas, especialmente por las personas con alto nivel adquisitivo, ésta situación la ha llevado a el exterminio en algunos lugares.

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Justificación de la Muestra, Color y Memoria de un Planeta.

Nuestra cosmovisión del planeta, sobre el que edificamos el mundo, está viciada y enferma por el mercantilismo; en ella los límites entre la demencia y la cordura cínicamente se desdibujan. Alienados por las dinámicas de una sociedad de consumo y su escala de valores histérica y desbordada, transferimos rasgos de nuestra personalidad a la basura que compramos y con la que nos definimos. Es totalmente comprensible que con un auto nos vendan la idea de libertad sin límite, que de repente nuestro carisma y dinamismo sean consecuencias relativas a la marca de nuestra bebida energética y que por supuesto nuestra belleza llegue hasta donde nuestro dinero alcance. Pero a estas dinámicas, no solo hemos subordinado nuestros caprichos, también en pro de ellas hemos convertido en bagatelas del comercio derechos fundamentales como el agua, el alimento, la educación, la salud. Generando con esto miseria y destrucción.

Los desastres ambientales que hemos desencadenado desde nuestro feroz antropocentrismo y qué bien podrían estar a la altura de las grandes extinciones globales como la Cámbrica o la Jurasica, han marcado una constante en nuestro paso por la tierra. A golpe de razón y barbarie hemos llegado a un punto sin retorno en nuestra relación con la naturaleza, cada logro y cada descubrimiento alcanzado tiene junto a esa cuota de ingenio un oscuro historial de crímenes.

Llenos de objetos pero vacios, nos ahogamos en la podredumbre de nuestro supuesto progreso. Cada año, 140 millones de teléfonos celulares terminan en el basurero a un ritmo de 4 por segundo, anualmente la humanidad genera más de 2 billones de toneladas de desperdicios y en promedio al cabo de tu vida abras producido cerca de 40 toneladas de basura. Vivimos en un mundo regido por mercaderes en donde, las empresas responsables de nuestro deterioro ambiental ahora hacen negocios ecológicos tal como la General Electric que mientras acaba con la capa de ozono también es una de las mayores productoras de equipos para el control de la contaminación del aire, o las multinacionales del petróleo que convierten la contaminación en altruismo, gracias a los milagros de la publicidad.

Es curioso como aun así, insistimos en la idea que los mercaderes del mundo nos han vendido del progreso, el cual no parece marchar lo suficientemente rápido cuando se trata de acabar con el viejo drama de la pobreza extrema, drama que cada año cobra más víctimas de lo que ha cobrado cualquier guerra.

En este orden de ideas, no podemos hablar de preservación ambiental sin salvar al hombre de él mismo; sin educarlo, sin brindarle un pequeño atisbo de lo que a diario mata desde sus hábitos de consumo y desde su indiferencia. Creo que las artes son fundamentales en este proceso de recuperación de conciencia, y es esta creencia la que hace brotar paisajes y estampidas de mi paleta.

Color y memoria de un planeta, es la continuidad de un discurso que nació hace años producto de mi fascinación por el mundo natural, aunque he de admitir que con el devenir de los años el viejo tema se ha convertido en la sutil cristalización de mi malestar social, en el que convergen el pesimismo y la incertidumbre. Con la luz y el color, espero que el contenido del discurso logre disculpar mis limitaciones como pintor. A otros, el azar les deparó las bellas armonías de paisajes sonoros, los histéricos escenarios de la comedia y la tragedia, los laberintos de las letras, mías son las oscuras reflexiones y la soledad frente a la tela.

Quinny

Justificación de las obras para el Kunst Forum International

El arte es uno de los rasgos distintivos de la humanidad. El deseo de crear imágenes se remonta al periodo conocido como paleolítico superior entre los 40.000 y 10.000 años a.c.

El tema de estos primeros artistas en el que encontramos una composición armónica, llena de espacio, movimiento, ritmo y sobre todo un gran sentido narrativo, era los animales; así lo demuestran los bisontes en la cueva de Altamira en España y los caballos de Lascaux en Francia, entre muchos otros lugares alrededor del mundo poblados por renos, leones, íbices y mamuts, conservados aún sobre la piedra con el ocre de la arcilla y el negro del manganeso.

Desde esas primeras representaciones del mundo natural hasta las elaboradas formas de nuestra constante introspección, el arte de crear imágenes ha transitado un largo camino siempre marcado por el antropocentrismo. La idea del hombre como la suprema criatura bajo el cielo, nos ha llevado al borde de la catástrofe; lo vemos en el constante deterioro del planeta pero también lo vemos en el arte, en donde se ha llegado a validar la tortura y matanza de animales, tanto en performance como en plazas de toros.

Supongo que el arte no se escapa al deterioro moral del ser humano y de su mezquino manejo global. Hoy hay más riqueza económica que en cualquier periodo de nuestra historia, pero también nunca hubo tanta hambre y tanta destrucción ambiental. Se calcula que cada dos segundos se destruye más de media hectárea de selva tropical. Este cinturón verde que rodea al planeta en la región Ecuatorial equivale a solo el dos por ciento de la superficie de la tierra, y sin embargo allí viven dos tercios de las criaturas del planeta.

Estoy convencido que el arte hoy más que nunca, como gran retratista de nuestra historia, debe volver su atención a ese mundo natural que los primeros creadores de imágenes consignaron en la roca. Nadie sabe con precisión cuántos desnudos, cuántas crucifixiones, cuánta naturaleza muerta, cuántas interpretaciones abstractas de nuestro mundo anímico hemos colgado en los museos o en las paredes de nuestros hogares; lo que si sé es que es una lástima que no exista una cantidad similar de imágenes que nos recuerde que no somos los dueños de la tierra.

En mi labor de graficar la diversidad de formas y valores cromáticos de las criaturas pintadas para esta muestra, me he encontrado con la humildad que inevitablemente sobreviene cuando te haces consciente de la igualdad que existe entre tú y todas las criaturas, ya que todas luchamos por lo mismo: la vida. Es por eso que mi trabajo está lleno con los rumores del mar, el estrépito de la selva y la respiración de la sabana.

Espero que disfrutes mi obra tanto como yo lo disfruté al pintarla.

QUINNY

Ganador del Kunst Forum International